martes, 24 de julio de 2012

Barnabas.

Se acerca, tambaleante, una figura de matices grises. Su pelaje está manchado con suciedad de incontables calles. La sarna cubre como caprichosas manchas las orejas de su taciturno huésped. Los erráticos pasos lo conducen por una calle extraña de sombras centelleantes. La seguridad que la oscuridad solía ofrecerle, le resulta inverosímil. Su lengua cuelga de su boca, con jadeante expresión de fatiga. No muy lejos la divisa, una hembra, como nunca había visto. La encuentra interesante, prolija, algo distraída, su estomago le recuerda que hace días que no ven una porción decente de alimento, así que incluso la llega a encontrar suculenta. Con temple de ladrón se acerca, hasta llegar a solo unos metros de ella.
 - Aliméntame. - Dijo con voz de susurro, ahogado por el viento seco y el polvo, acumulado en su garganta. Un plato frente a él sació segundos de capricho y berrinches. Pero no era suficiente, no era útil.
 - Aliméntame. - Repitió con una voz renovada. Y la carne que esta vez se le brindó fue dos veces más jugosa y tres veces más suculenta. Ya no comía menudos.
 - Aliméntame. - Dijo una tercera vez, sin tener apetito siquiera. Pues su gula dominaba ahora.