jueves, 3 de octubre de 2013

Capítulo 7: Trastorno.



 Y de todas las memorias que habría elegido para sostener una batalla en contra, esta no era ni por asomo la candidata a tal evento.
 La situación se agravaba y perdía noción de la realidad a una velocidad que rozaba la de una bala percibida a quemarropa, la saludaba con una palmada y seguía su camino adelantándose a esta.
 Mis sentidos escapaban a mi cordura. Las sensaciones de objetos perdiéndose, gente envejeciendo, objetos envejeciendo y gente perdiéndose en el desván de una línea temporal que no me había sentado a rememorar en siglos.
 Y de pronto ella.
 Me mira con sus ojos cálidos y su piel helada. Helada por el escalofrío, por el miedo. Por el miedo de haberme visto, no como soy sino por haberme visto como ella no me quería saber siendo. Al oído me susurra, en dulces tonos, que ya no hay vuelta atrás para ninguno de nosotros; que nos hemos condenado a la perdición y, aún peor, a la estupidez.
 A su lado, en el suelo, acompañándola hasta el final de sus momentos se retuerce su esperanza en mí.

jueves, 1 de agosto de 2013

Olor a café...



 Desperté con los ojos cerrados y el apetito abierto. Percibiéndote sin verte. Pensando que lo que habíamos hecho no era más que una broma de aquellas que la vigilia suele arrebatar al amanecer. De todas formas, allí me encontraba, tendido y dispuesto a ser olvidado, puesto me habías pensado, ya, de todas las maneras posibles. Estaba hallándome sin propósito.
 Horrible parece, al describirla, tal situación. Pero no alcanzan las ideas para ser lo suficientemente abarcativo sobre la dicha del momento. El haber comprendido que ya estaba en plenitud de lo pretendido. Dando cierre a la búsqueda de algo tan esencial, solo podía continuar encontrar otra meta a alcanzar. Quizá volverte tan dichosa como lo era yo.
 Me pregunté reiteradas veces en solo un instante el “cómo”, pero no me importaba realmente. La incógnita de la significancia se volvió distante. Para sorpresa mía, me habías salvado.
 Me habías salvado de mí mismo.

jueves, 4 de julio de 2013

Su majestad.

 De amarillo, vestía él, frente a la corte. Sus crímenes se veían ahora tan distantes, que se consideraba tan inocente como el resto de la concurrencia. Eso no era mucho decir tampoco, pues para ser jurado se debía ser una clase de inocente muy particular, de esos que cometen tantas infracciones como les da el tiempo a solas, de aquellos a los que el parpadeo de la vigilancia les resuena como un eco distante de sirena persecutora a la lejanía. Estaban todos reunidos frente a él no para juzgar sus tentaciones, solo querían reprocharle el que no pudiera haberlas escondido tan bien como ellos hacían gala de.
 Trastornó sus ademanes de saludo y quebró la parafernalia que había presentado impecable hasta ese momento. Casi toma el asiento enfrente suyo y a mitad de flexión, decide erguirse nuevamente con aires de grandeza renovada. Mira a la posteridad, pues eso eran ellos.
—No serán ustedes quienes me juzguen, —se relamió, —no serán ustedes quienes me condenen. —Hizo una gran pausa tras ello.
 Ya se había auto impuesto él mismo su castigo. Ellos solo obraban según su voluntad, la concordancia de sus deseos era solo banal, efímera. Eran niños jugando a no perder, pues torcían sus caprichos en dirección del regaño de un adulto. Testarudos.

miércoles, 12 de junio de 2013

Insomnia.

  Ideal como siempre, paseándote por el desván del imaginario, se te recuerda. Hermosa e intacta, percibida borrosa, con tal intensión, porque la tentativa de poseerte se rompe en pedazos al más mínimo indicio de posibilidad.
 A veces el deseo de volver al momento y simplemente excusarse para salir de escena se vuelve irrefrenable.
Moviéndose impávido entre las tecnocracias de los congéneres. Sentirse alienígena ante los métodos resulta inesquivable.
 ¿Qué nos pertenece, acaso, aparte de la soledad? Lo último que podemos llamar nuestro.
 Lo único que no podemos compartir.

domingo, 21 de abril de 2013

Un café a la vez.

 Te siento distante, porque distante te conservo, para protegerme de las ansias de consumirte como tan arraigado llevo en la costumbre de querer. Te alejo a cada paso con cobardía inusitada. Porque solo eso nos separa de la ignominiosa resaca veraniega del desamor.
A veces sueño con comerte en bocados, de a poco. Otras, sueño que te devoro en un salvaje festín de ansiedad y euforia.
Pero de nuevo, cada vez, te encuentro más lejana.
Cada vez, te encuentro más distante.
Te siento soñada.
Diría, inalcanzable.

sábado, 23 de febrero de 2013

Italic.



Quisiera que te dieras cuenta, no por concretar, si no por, solo, darte cuenta. Quisiera que supieras cuanto y, tal vez, desde cuando. Pero no puedo siquiera dar una pista de ello.
 No es parte de mí.
 Entonces no.
 Por lo tanto duele.
 De esta forma es que duele.

viernes, 15 de febrero de 2013

Piedra angular.



 Confundido me siento en épocas de placeres inocuos y penitencias pasajeras. No por el estimado placer de recordar sino por tener que sobrellevar constantemente el peso de olvidar tanto como conozco, porque a sabiendas del como, elegí morir para dar paso a una nueva forma del ser que ocupa, en este momento y al mismo tiempo, dos caminos de rumbos que difieren.
 Consternado, tal vez, por la rabia que faltó en su debido momento, el brillo de mis ojos se ve opacado por la, aún errónea y salvaje, sonrisa de tu rostro, que refulge en el altar que construiste para adorar a aquellos dioses en el espejo. Me pregunto si te darás cuenta a tiempo, no de una decisión errónea, estas en ti no existen. Me pregunto si te darás cuenta, acaso, de que el puñal en tu espalda ha chocado entre tus costillas solo para advertirte con el estruendo de los cielos, que se acerca el momento de que aprendas y por las malas, que a pesar de mi rudeza, te he enseñado por las buenas.
 Finalmente me encontraré vigilante. Me sentaré frente a tu trono y te veré caer al suelo. Sin expresión en tu rostro, de tu boca caerán nueces. Todos me buscarán, porque sin culpable no hay crimen. Se olvidarán del arma homicida, muy común como para entretener. Se bajará el telón y la gente aplaudirá al villano, dirán que está bien pensado, pero resulta irreal.

Cielo raso.



Últimamente estoy teniendo ciertos estallidos de ánimo en los cuales paso de una euforia irrefrenable a una rabia tan ardiente como difícil de disipar.
 Estas ocasiones, aunque poco anticipables, resultan ser diarias, con la rigurosidad mecánica de un reloj de péndulo.
 Estando a merced de mis impulsos más primitivos, me considero idiota por caer presa de la estupidez colectiva.
 No puedo evitar pensar en situaciones de resolución que difiere de lo escogido por mi mal juicio, me critico silencios que, en la más absoluta de las incomodidades, me enfrentan a dejarme morir como un número más, de los tantos conocidos, o darle la final estocada al corazón de quien, sosteniendo los pedazos rotos de este, me mira con la tristeza más profunda que pueda ser sentida con la avidez de la mejor intencionada empatía.
 Sin embargo, finalmente, veo el sol y recuerdo que este sale sin importarle no ser visto, sin preocuparse por diletancias ajenas y más que nada, no hace asco a brillar con despreocupado orgullo sobre las cabezas de aquellos infelices que ven la noche como mal presagio y se lamentan que otro no les alumbre el camino que ya conocen.
 Tener miedo a estar solo es temer a la introspección.
 Temer de esta forma es temer a uno mismo.

viernes, 25 de enero de 2013

Tus manos de porcelana.



 Y obnubilado me siento; capturado por tu encanto, que a razón de equivalencia, me levanta con una mano y abofetea con la otra.
 Desprovisto de toda armadura me entrego, a los actos juveniles de estupidez y recuerdo que, en tiempo irreconocible por la memoria, me han dado disgustos y a gesticulación de puñal, abriendo mi corazón de centro a extremos, punzadas imposibles de aliviar me produjeron.
 Me siento estúpido en ocasiones y lleno de ira en otras.
 Pero finalmente, entregado a la calidez absurda de la que se hace gala en tantos temas y se disfruta en tantos otros, me dejo morir en tus brazos.

lunes, 21 de enero de 2013

Y durará el resto de nuestras vidas.



 Te hago masticar mi nombre mientras sufres, porque responsable soy y al mismo tiempo tu auxilio. Desprovisto de la poesía que, jactada de ante mano, hizo estruendos en ciertas charlas con matices por demás adultos, te apuñalo con una lengua afilada y que reluce. Reluce la misma por mi deseo de ilustrar, el cual es tan o más intenso que tu deseo de ocultar bajo la más ignominiosa de las falacias. Pero no nos engañemos, que tales aspiraciones no son contrarias, pues el descubrir ante el mundo no es mi ambición, si no, simplemente y con el menor índice de error, dar a entender y ayudar a aceptar lo que se niega por oposición conciente.
 Me ves como enemigo asiduo, cuando no busco más que darte el juicio suficiente para estimar tu alrededor con la humildad que, aún sin molestarme, me falta. Sin sobrarme palabras y quedándome corto de sentencias te encuentro de nuevo desestimando la intención que baña de calidez una escrupulosa acción, lamentablemente, errada en su resolución. Así el menosprecio se hace frecuente y siendo mercado de una sola moneda la compra y venta de desaprobación se torna, invisible a la vista del que escaso de introspección se encuentra, una forma ruinosa de amasar una pequeña fortuna de situaciones contraproducentes.
 Pero todo esto no te es irreconocible, por que si así fuera, bendita sea la estupidez con la que se baña tu ignorancia. Y como esto te es familiar, aunque no quieras admitirlo, es que debo de hacerte susurrar mi nombre, una y otra vez, hasta que se te acabe el aliento y sientas la gélida atmósfera, inevitable y prolongada, por que así la quisimos.
 Sin embargo no te preocupes por mí, el invierno es cruel, despiadado y gris; la forma en la que me pinta tu mentira.