jueves, 18 de diciembre de 2014

Encierro.

 En tantos nombres que me han puesto ninguno me ha dado tanto para pensar, para retorcerme en introspectivo análisis.
 Cada nombre que me han dado, puesto he tenido varios, me ha resultado una prótesis en el ego. Cada nombre y cada apodo, cada llamada; siendo estas forjadas con la actitud tan servil de satisfacer, se me han incrustado en cada herida y han protegido mi interior, a costa de jamás sanar lo tocado.
 En cada uno de los formatos que me encarcelan. En cada pronunciación de mi personaje de turno, siento con cada uno la necesidad de defender a regañadientes una actitud que no me representa. Siendo quizá lo más próximo a un condicionamiento que pueda reconocer. Nos enseñan a proteger los puñales que azuzan nuestra dialéctica.
 Pero vos me diste un nombre particular. Un nombre que no me pertenece, pero del cual puedo dar uso cuando se me invoca por tal, de forma que sea la herida de otro. De forma que tu carne sea usada en tu contra. De forma que el dolor mío sea tuyo. De forma que tu dolor no sea ni remotamente mío, porque en la enferma relación que nos desvela, no conocés aún lo perverso que puedo ser, lo enfermo que puedo resultar, ni lo degenerado que deseo volverme. Porque el rencor no existe, el enojo es una ilusión, solo tenemos desprecio. Aunque nos sienta mejor la indiferencia.