sábado, 28 de marzo de 2015

No se los digo, pero lo saben.

 Nos vemos enraizados a la más mera de las sensaciones, nos vemos tan tristes, tan poco recíprocos en nuestros actos, tan vanales, que debemos inventarnos reacciones ajenas. Espejos sociológicos, ilusiones emocionales y títeres de nuestros cercanos. Somos presa de lo que nos sentimos, porque no sabemos como hacer sentir al otro. La dialéctica (y mierda que he hecho énfasis en este concepto a lo largo de mi breve escritura) parece cada vez más alejada de la conciencia común. Sin embargo, lector, no lo tome como un insulto a usted, sino una despresiativa forma, una desprolija chicana, a mi percepción. Aún en tiempos presentes me sigo considerando empático, al nivel de leer las cartas de presentación de los anónimos con pocas chances de error. Pero, ¿es acaso mi reconocimiento en una capacidad personal algo transformado en, simplemente, un vulgar regocijo?
 Queriendo creer que todavía conservo cierto atisbo de objetividad (la cual me atribuyo descaradamente), resulto insensible, quizá, a los problemas de muchos confidentes. Queriendo explicar esto, como una sensación de dejavú en la cual no puedo forzar a otros a opinar de mi misma forma, sino solo convidarles de una experiencia similar.
 A sabiendas de malestares que pudiesen acongojar a mis queridos, obrar tan solo como oyente, ¿es una mala actitud?, ¿debería; yo, acaso; ordenarles accionar alguno?
 Finalmente, y tan solo como experimento social, propongo que nos digamos la verdad sin tapujo, sin sentimientos de temor o culpa. Propongo una total y cruel verborragia al momento de criticar actitudes de los allegados. No busco una guerra ni una batalla campal. Tan solo experimentemos la libertad absoluta, en el plano de la concepción. Tan solo juguemos a que las ideas no lastiman, que no son reales. Amémonos tanto, como para lastimarnos sin control, tan solo una vez y por tiempo moderado. Seamos libres en nuestras restricción.