jueves, 22 de marzo de 2012

4:01

Es la hora en la que la gente ya no existe, el momento del café para estirar la pestaña y el cigarrillo que acompaña de forma rutinaria a la taza que frecuenta los labios del indeciso, por que no hay mundo que le agrade. El ensueño lo llama con susurros leves, pero teme lo que la teluria le reproche por actos adúlteros que aun posee en deuda.
Así, su mente divaga los rincones que el hombre aleja de la luz, se adentra en las respuestas a esas preguntas simples que todas las canciones responden, a los temas trágicos que todos los poemas finalizan con sonrisas y suspiros.
Detrás de una silla que esconde a una persona, una sombra se agita sin rencor, bifurcando la lógica en morbo obsceno y ética férrea. De todos modos la carrera está dada por perdida, sabe que de todas formas los dos caminos rodean el mismo monte de preocupación y estrés.
Se mide con los zapatos puestos, pero se da cuenta que el ego le produce ampollas. Y para cuando se los saca, con ellos se desgarra las medias que le había tejido su autoestima. Descalzo se siente cómodo, por que indefenso llegó a este mundo, pero no puede permitir que así lo vean, por que indefenso está el que antes de morir da su último suspiro de alivio.
Figuras de muebles vetustos se pasean por el desván de su mente. No está todo claro, pero él así lo cree y es por eso que no está feliz.