sábado, 23 de febrero de 2013

Italic.



Quisiera que te dieras cuenta, no por concretar, si no por, solo, darte cuenta. Quisiera que supieras cuanto y, tal vez, desde cuando. Pero no puedo siquiera dar una pista de ello.
 No es parte de mí.
 Entonces no.
 Por lo tanto duele.
 De esta forma es que duele.

viernes, 15 de febrero de 2013

Piedra angular.



 Confundido me siento en épocas de placeres inocuos y penitencias pasajeras. No por el estimado placer de recordar sino por tener que sobrellevar constantemente el peso de olvidar tanto como conozco, porque a sabiendas del como, elegí morir para dar paso a una nueva forma del ser que ocupa, en este momento y al mismo tiempo, dos caminos de rumbos que difieren.
 Consternado, tal vez, por la rabia que faltó en su debido momento, el brillo de mis ojos se ve opacado por la, aún errónea y salvaje, sonrisa de tu rostro, que refulge en el altar que construiste para adorar a aquellos dioses en el espejo. Me pregunto si te darás cuenta a tiempo, no de una decisión errónea, estas en ti no existen. Me pregunto si te darás cuenta, acaso, de que el puñal en tu espalda ha chocado entre tus costillas solo para advertirte con el estruendo de los cielos, que se acerca el momento de que aprendas y por las malas, que a pesar de mi rudeza, te he enseñado por las buenas.
 Finalmente me encontraré vigilante. Me sentaré frente a tu trono y te veré caer al suelo. Sin expresión en tu rostro, de tu boca caerán nueces. Todos me buscarán, porque sin culpable no hay crimen. Se olvidarán del arma homicida, muy común como para entretener. Se bajará el telón y la gente aplaudirá al villano, dirán que está bien pensado, pero resulta irreal.

Cielo raso.



Últimamente estoy teniendo ciertos estallidos de ánimo en los cuales paso de una euforia irrefrenable a una rabia tan ardiente como difícil de disipar.
 Estas ocasiones, aunque poco anticipables, resultan ser diarias, con la rigurosidad mecánica de un reloj de péndulo.
 Estando a merced de mis impulsos más primitivos, me considero idiota por caer presa de la estupidez colectiva.
 No puedo evitar pensar en situaciones de resolución que difiere de lo escogido por mi mal juicio, me critico silencios que, en la más absoluta de las incomodidades, me enfrentan a dejarme morir como un número más, de los tantos conocidos, o darle la final estocada al corazón de quien, sosteniendo los pedazos rotos de este, me mira con la tristeza más profunda que pueda ser sentida con la avidez de la mejor intencionada empatía.
 Sin embargo, finalmente, veo el sol y recuerdo que este sale sin importarle no ser visto, sin preocuparse por diletancias ajenas y más que nada, no hace asco a brillar con despreocupado orgullo sobre las cabezas de aquellos infelices que ven la noche como mal presagio y se lamentan que otro no les alumbre el camino que ya conocen.
 Tener miedo a estar solo es temer a la introspección.
 Temer de esta forma es temer a uno mismo.