jueves, 1 de agosto de 2013

Olor a café...



 Desperté con los ojos cerrados y el apetito abierto. Percibiéndote sin verte. Pensando que lo que habíamos hecho no era más que una broma de aquellas que la vigilia suele arrebatar al amanecer. De todas formas, allí me encontraba, tendido y dispuesto a ser olvidado, puesto me habías pensado, ya, de todas las maneras posibles. Estaba hallándome sin propósito.
 Horrible parece, al describirla, tal situación. Pero no alcanzan las ideas para ser lo suficientemente abarcativo sobre la dicha del momento. El haber comprendido que ya estaba en plenitud de lo pretendido. Dando cierre a la búsqueda de algo tan esencial, solo podía continuar encontrar otra meta a alcanzar. Quizá volverte tan dichosa como lo era yo.
 Me pregunté reiteradas veces en solo un instante el “cómo”, pero no me importaba realmente. La incógnita de la significancia se volvió distante. Para sorpresa mía, me habías salvado.
 Me habías salvado de mí mismo.