Desperté con los ojos cerrados y el apetito
abierto. Percibiéndote sin verte. Pensando que lo que habíamos hecho no era más
que una broma de aquellas que la vigilia suele arrebatar al amanecer. De todas
formas, allí me encontraba, tendido y dispuesto a ser olvidado, puesto me habías
pensado, ya, de todas las maneras posibles. Estaba hallándome sin propósito.
Horrible parece, al describirla, tal
situación. Pero no alcanzan las ideas para ser lo suficientemente abarcativo sobre
la dicha del momento. El haber comprendido que ya estaba en plenitud de lo
pretendido. Dando cierre a la búsqueda de algo tan esencial, solo podía
continuar encontrar otra meta a alcanzar. Quizá volverte tan dichosa como lo
era yo.
Me pregunté reiteradas veces en solo un
instante el “cómo”, pero no me importaba realmente. La incógnita de la
significancia se volvió distante. Para sorpresa mía, me habías salvado.
Me habías salvado de mí mismo.
Me habías salvado de mí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario