miércoles, 22 de julio de 2015

Destierro del Edén.

 Se mira al espejo y se tiñe de negro el pico, para animar a su reflejo y que le susurre dulcemente un "nunca más".
 Se siente tan aturdido y pelotudo que nadie le alcanza auxilio con palabra alguna, medida o no, como para que el pobre boludo sea un tranquilo infame por unos minutos.
 En menos de lo que pasan sesenta días gana un amor, pierde una amistad por segunda vez, le injertan un desconocido para fusilamiento, le desaparecen tres (agri)dulces memorias, tropieza tres veces, se desentiende de su vida, le extirpan el cariño y aún así, aunque trate, se esfuerce y se retuerza, no logra llorar. Se contienen a ras de la superficie, negándose a aflorar, una lágrimas caprichosas. Solo quiere descansar a la orilla de un salado y tibio río que naciera de la desdichada mirada de dolor que lleva a cuestas en el alma.
 Es patético como solo puede serlo una persona desesperada y al borde del colapso, ruega una mentira amable.
 Está perdido en un mar tempestuoso de desconcierto, porque desprovisto de su dicha, es un infeliz con cara de monigote.
Está enamorado.