Nazarena siente en la piel el tajante beso que no se anima a despreciar. Las manos le tiemblan porque ya van dos horas y media que no admite descanso, no se lo permiten. Siente en el culo el doliente afán del fetichismo. Se aboca a gritar con toda la fuerza que le queda, ya no la desperdicia en intentos de escape. Atada y obligada a tener la frente en alto, la mordaza la ahoga.
Le duele el cuerpo y no le pesa el alma.
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