jueves, 21 de mayo de 2015

Lumiere.

 Devanándome el alma y la mente en busca del conocimiento que no poseo, me doy cuenta que una escritura objetiva sería tan poco factible, siendo esto en cualquier caso posible, que me veo obligado a centrar mi mente en tu persona a travez del vidrio. Ese borrón que disimula y ríe detrás de la bruma y contra una pared bruñida. ¿Pero no es parte de la pintura el paisaje? ¿No es parte del arte el observador?
 Y entonces pienso en las palabras y como deben ser dichas, en como deben hacer sentir y como no las siento como quisiera. Porque estas no son mías, me las robás y me molesta. Ponés palabras que nunca diría y me causás sensaciones que no sentiría de otras formas. El pudor se había alejado cual infancia, pero lo traés de nuevo, alevoso, porque es para tu persona. Tu ingenio, tu mente, se pasean en danzas que capto como si las dejaras para regodearte en el mareo que me produce tu celeridad. Tus gestos y tus símbolos me enclaustran en una postura, tan solo comoda por la cercanía, de vigilancia inaudita que me llena de preguntas sobre tus enigmas. Y esto solo hablando en resumidas cuentas de lo que se vislumbra en sombra, la silueta oscura y sin definir, de tu pensamiento.
 Pero luego esta tu cuerpo. Inmancillable, acaso, intimidad. La mas hermosa de las geografías para explorar y desearse perdido en ella, para encontrarse siendo uno con la soledad del principio de tu incertidumbre. El calor, laxo, de tu centro. Los colores de las notas que emite tu voz, el canto de las quimeras encadenadas a la roca y bañadas por la sal.
 ¿Son esos los labios qué, por si no fueran ya suficientemente tentadores, roban lo solitario de la boca ajena?
 ¿Está detrás de esa mirada la austeridad conteniendo al regocijo?
 O sin mucho cariño por admitirlo, ¿seré un animal sin el don a reconocer que soy cautivo de mis propias maquinaciones?

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